jueves, 21 de enero de 2010

CAMBIO

AHORA ESCRIBO EN www.pablohubner.wordpress.com

www.pablohubner.wordpress.com

si quiere leerme, por ahí me encuentra, acá, no va más. saludos.

jueves, 14 de enero de 2010

La otra sorpresa


Estaba él en una plaza sentado en un columpio oxidado. El ruido oscilante sólo le traía más y más recuerdos, mientras su helado amarillo derretido se deprimía. Su fiesta era tan sorpresa que nadie se dio cuenta. Alguien se acercó, al oído le dijo feliz cumpleaños. Él se alegró, pensó que las cosas habían cambiando. La persona le pidió disculpas, se había confundido de alguien, él le dijo que no, pero ya era tarde para eso. El columpio no dejó de sonar, pero él tuvo que soportar el silencio.

Seguro


Suena fuerte y constante la alarma del auto. Para nadie pareciera sonar. Pasa el rato, algunos pasan a su lado y nada. Ni miran, ni comentan, ni se enteran. Luego la alarma se calla cansada de tanto gritarse muda. Pudo haber pasado cualquier cosa, pero no. Todo sigue igual.

Más tarde dicen en la tele que hubo un robo, esto no puede seguir así, mandan las opiniones desde un sillón a pagarse en el futuro. Los discursos, las medidas, nuevas leyes y otros tantos etcéteras. Es cómodo, eso sí, vaya comodidad, tremenda comodidad tan confortada de pequeñeces reclinables. La alarma volvió a sonar, y todo se volvió a repetir.

viernes, 8 de enero de 2010

Esperas


Santiago le dijo a Santiago que no estaba muy bien. Mucho humo, mucho ruido. Santiago le dijo a Santiago que se quedara tranquilo, los cerros seguían ahí, el río no ha dejado de correr y a pesar de todo, Santiago aún mantiene la esperanza en su gente, que no por ingrata, olvida el cariño por este valle.
Santiago espera a Santiago. En los andenes, los paraderos, en las caras que reflejan las ventanas, en el corazón bajo el uniforme escolar, laboral, social. Santiago nunca espera en vano.

Carla


( escrito año 2004)


Carla es una mujer especial. Lo digo porque a las mujeres les gusta que les digan estas cosas. Eso no es ser mentiroso, sino que concordante con el mundo en que vivimos. Y parece funcionar, y parece que es lo que corresponde, pero rápidamente me topé con la primera piedra.
Me sentí estúpido.
Carla no es especial. Es igual que sus amigas, sus padres, los políticos, los de la tele, el registro civil, los números, las tablas, las calculadoras de dólares que suben y bajan por la espalada, hasta que vuelven a subir reventándome la cabeza.
Carla vive presa de si misma, sin saberlo. Yo tampoco soy especial.

miércoles, 6 de enero de 2010

Reunión


Ministro. Sí.
Entonces…
Casi pasó, pero bueno, casi nada más.
Y entonces, ahora qué?
Bueno, veamos qué dicen en el diario.
Si es lo otro, tú dices lo otro.
¿Otra vez?
Sí, funcionará.
¿Y si no?
Simplemente no.
¿Otra vez?
Parece.

martes, 5 de enero de 2010

hombres que conquistan con la cocina


A ella le gustaba tanto la cocina que dormía con ella en su cama matrimonial. Como su pareja no cabía, ella lo obligaba a dormir dentro del horno. A él no le gustaba mucho la idea, pero cedía porque la amaba y pensaba que de eso se trataba el amor. Pasaron cinco años y tres días hasta que ella conoció la cocina por micro ondas. Él no se podía adaptar a las nuevas medidas de su amor, pero una vez que se quebró las rodillas, todo cerró más fácil y fueron felices para siempre.

Arrugas prematuras


Era tan alto que nadie pudo jamás verle la cara. Cantaba tan hermoso como nadie, porque era mudo. Su autenticidad siempre fue una copia de originalidad, una bazofia, un intento burdo de intentar no ser burdo. No faltaron quienes lo encontraron tan admirable como aborrecible. Creció la cuenta, la famosa fama, la lista de los más simpáticos casi amigos, la carne fría y en refrigerador desenchufado.
Cada vez y como por si fuera poco, se anudaba la corbata por dentro, estiraba sus pantalones arrugados, caminaba rápido y lleno de pliegues. Su espejismo se hizo agua. Era lo justo, pensaba. A veces había que llegar a la meta para darse cuenta de que no se había ganado nada, y parecía, otra vez parecía, que esta era una de esas veces.
No hubo tiempo para lástimas, justo para eso estaba ocupado. Juraba que con un bigote abundante se podía disfrutar dos veces la misma cazuela. Otro de sus tremendos casi. Un resfriado con pañuelo de género en el bolsillo es otra cosa. Pero insistió en lo práctico, el nombre perfecto, el rol, la casa, la cama. Su familia estaba orgullosa, ignorante, repartiendo las migajas con las uñas más crecidas que ayer.
Orgulloso, ni idea, para qué pensarlo siquiera. Para los demás él era un muerto, un funeral al que asistir en verano, con el nudo de la corbata hacia adentro y los pantalones arrugados.

El tiempo de las rosas pinchosas


Él no podía estar bien porque tenía que estar mejor. A ella le pasaba lo mismo. La vergüenza ajena de esa pareja debería haber sido mutua, pero no. Se querían y todo, pero no importó ni eso ni nada, las ambiciones fueron. Cuando desapareció la sensación de vacío no quedó nada. Ambos gustaban de las caídas libres con seguridad, el pozo sin fondo les quedaba perfecto. La separación se concretó pronto.
Las ojeras son cosa del pasado, pensaron entre su distancia, por eso por ahí abundaban los subtítulos de una mirada cansada, aburrida del cansancio. A veces cerraban sus pupilas distantes, esperando ser despertados, o no despertados. Romper la pendiente, equilibrar el plan con la suerte, pero y muy pero, los promotores de la normalidad son los más anormales del mundo, y ambos lo eran, por eso fueron y ya está. No hubo más remedio, el mal era tan paradójico como crónico.
Ella quedó tan solitaria que se casó sola, su pareja era adorno, cual llavero a las llaves. Él tuvo mujeres otras, las amó en silencio hermético, y luego las despreció con berrinche público. Se hizo ateo y rezaba profusamente para dejar de serlo. Su vidrio invisible era mucho más fácil de limpiar, la misericordia residía en una miseria mayor a su benevolencia, pensaban a su maneras, justificaban con el corrector de lo absurdo aplicado en base y tono, torno. Pasaron más días con lindos amaneceres despreciados en brazos de pulpos. No todas las competencias terminaban con un triunfo y un fracaso. A veces después de eso quedaba todo el tiempo perdido, tiempo bastardo, inmundo tiempo que sólo se barnizaba en recuerdos que pronto empezaban a sumar más imaginación que realidad. A nadie le costaba decir presente cuando pasaban la lista, pero lo hacen, lo hacen.
Escándalo habitual que se vestía de rutina, salvo cuando llamaban de urgencia algunas anécdotas banales, y entonces se recordaba un poco. Ella. Él. Se miraban a los espejos convencidos de que las mejores calvas tenían grandes lunares. Vejez justa cuando los álbumes de fotos se llenaron. El sobre de la jubilación, la herencia, el dolor al costado, lo que había pasado.
Aún se extrañaban y claro, cómo no, si estaban hecho el uno para el otro. Más encima a los dos la paciencia les parecía en extremo aburrida. Lo bueno, lo coincidente, a los dos les tocó un cajón barato que se veía bastante elegante, hay que decirlo. La ceremonia fue el mismo fin de semana, pero en distintos lugares. Me imagino que ambos estaban felices de lo que había pasado, de lo que habían aceptado. Supongo y con razón desconsolada, reconocidamente desconsolada. Espero y confío. Los dientes siempre hablan más que la boca, sobre todo cuando el corazón callaba y se quedaba pobre por miedo a ser pobre. Mientras, confiaré en la ciencia lógica de las oportunidades.
La escalera para subir al escenario puede esperar toda su vida para subir al escenario. Muchos robos y asaltos son sin querer, además, siempre puede pasar cualquier cosa. Mi vida es su reflejo, cosas rosas pinchosas de un tiempo que no por pasado se me fue. El hijo habló.

Las manos


La orientación no fue propia pero los pasos sí lo fueron. No era novedad que el cielo y el infierno quedaban en el mismo pasaje y los atiendía el mismo portero. No había caso para seguir intentando prevenirlo. Había manos que no eran las suyas, que se hicieron barandas brillantes de bronce. Él se confundió, su pasaje no tenía su residencia y cayó escaleras abajo golpeando su cabeza con el extintor rojo. Alguien pasó y le dijo, Dios castiga. Él se vengó a puños cerrados. Sus manos sucias con el pulidor de bronce quedaron rojas y tiritando. Él perdió un diente, lo dejó bajo la almohada, vino un ratón y le dejó plata. Con eso pagó el tratamiento para el hanta. Eso sí. Fue un trato cerrado con un apretón de manos.

El héroe


Él era pirómano, por eso evitaba salirse de la ducha. Era ateo, y rezaba para dejar de serlo. Le aburría tener que ir a dormir y luego tener que despertar. Mejor se quedaba ahí, bajo la regadera, inundando sueños de llamas sin pereza. Eso lo convirtió en un héroe.
Cuando le cortaron el agua gritó tan fuerte que se mordió las amígdalas. Luego se vistió y se excusó con el mundo haciendo una fogata en un bosque de pinos. Su acto apareció en las noticias, él, desapareció en el acto.