Él no podía estar bien porque tenía que estar mejor. A ella le pasaba lo mismo. La vergüenza ajena de esa pareja debería haber sido mutua, pero no. Se querían y todo, pero no importó ni eso ni nada, las ambiciones fueron. Cuando desapareció la sensación de vacío no quedó nada. Ambos gustaban de las caídas libres con seguridad, el pozo sin fondo les quedaba perfecto. La separación se concretó pronto.
Las ojeras son cosa del pasado, pensaron entre su distancia, por eso por ahí abundaban los subtítulos de una mirada cansada, aburrida del cansancio. A veces cerraban sus pupilas distantes, esperando ser despertados, o no despertados. Romper la pendiente, equilibrar el plan con la suerte, pero y muy pero, los promotores de la normalidad son los más anormales del mundo, y ambos lo eran, por eso fueron y ya está. No hubo más remedio, el mal era tan paradójico como crónico.
Ella quedó tan solitaria que se casó sola, su pareja era adorno, cual llavero a las llaves. Él tuvo mujeres otras, las amó en silencio hermético, y luego las despreció con berrinche público. Se hizo ateo y rezaba profusamente para dejar de serlo. Su vidrio invisible era mucho más fácil de limpiar, la misericordia residía en una miseria mayor a su benevolencia, pensaban a su maneras, justificaban con el corrector de lo absurdo aplicado en base y tono, torno. Pasaron más días con lindos amaneceres despreciados en brazos de pulpos. No todas las competencias terminaban con un triunfo y un fracaso. A veces después de eso quedaba todo el tiempo perdido, tiempo bastardo, inmundo tiempo que sólo se barnizaba en recuerdos que pronto empezaban a sumar más imaginación que realidad. A nadie le costaba decir presente cuando pasaban la lista, pero lo hacen, lo hacen.
Escándalo habitual que se vestía de rutina, salvo cuando llamaban de urgencia algunas anécdotas banales, y entonces se recordaba un poco. Ella. Él. Se miraban a los espejos convencidos de que las mejores calvas tenían grandes lunares. Vejez justa cuando los álbumes de fotos se llenaron. El sobre de la jubilación, la herencia, el dolor al costado, lo que había pasado.
Aún se extrañaban y claro, cómo no, si estaban hecho el uno para el otro. Más encima a los dos la paciencia les parecía en extremo aburrida. Lo bueno, lo coincidente, a los dos les tocó un cajón barato que se veía bastante elegante, hay que decirlo. La ceremonia fue el mismo fin de semana, pero en distintos lugares. Me imagino que ambos estaban felices de lo que había pasado, de lo que habían aceptado. Supongo y con razón desconsolada, reconocidamente desconsolada. Espero y confío. Los dientes siempre hablan más que la boca, sobre todo cuando el corazón callaba y se quedaba pobre por miedo a ser pobre. Mientras, confiaré en la ciencia lógica de las oportunidades.
La escalera para subir al escenario puede esperar toda su vida para subir al escenario. Muchos robos y asaltos son sin querer, además, siempre puede pasar cualquier cosa. Mi vida es su reflejo, cosas rosas pinchosas de un tiempo que no por pasado se me fue. El hijo habló.
Las ojeras son cosa del pasado, pensaron entre su distancia, por eso por ahí abundaban los subtítulos de una mirada cansada, aburrida del cansancio. A veces cerraban sus pupilas distantes, esperando ser despertados, o no despertados. Romper la pendiente, equilibrar el plan con la suerte, pero y muy pero, los promotores de la normalidad son los más anormales del mundo, y ambos lo eran, por eso fueron y ya está. No hubo más remedio, el mal era tan paradójico como crónico.
Ella quedó tan solitaria que se casó sola, su pareja era adorno, cual llavero a las llaves. Él tuvo mujeres otras, las amó en silencio hermético, y luego las despreció con berrinche público. Se hizo ateo y rezaba profusamente para dejar de serlo. Su vidrio invisible era mucho más fácil de limpiar, la misericordia residía en una miseria mayor a su benevolencia, pensaban a su maneras, justificaban con el corrector de lo absurdo aplicado en base y tono, torno. Pasaron más días con lindos amaneceres despreciados en brazos de pulpos. No todas las competencias terminaban con un triunfo y un fracaso. A veces después de eso quedaba todo el tiempo perdido, tiempo bastardo, inmundo tiempo que sólo se barnizaba en recuerdos que pronto empezaban a sumar más imaginación que realidad. A nadie le costaba decir presente cuando pasaban la lista, pero lo hacen, lo hacen.
Escándalo habitual que se vestía de rutina, salvo cuando llamaban de urgencia algunas anécdotas banales, y entonces se recordaba un poco. Ella. Él. Se miraban a los espejos convencidos de que las mejores calvas tenían grandes lunares. Vejez justa cuando los álbumes de fotos se llenaron. El sobre de la jubilación, la herencia, el dolor al costado, lo que había pasado.
Aún se extrañaban y claro, cómo no, si estaban hecho el uno para el otro. Más encima a los dos la paciencia les parecía en extremo aburrida. Lo bueno, lo coincidente, a los dos les tocó un cajón barato que se veía bastante elegante, hay que decirlo. La ceremonia fue el mismo fin de semana, pero en distintos lugares. Me imagino que ambos estaban felices de lo que había pasado, de lo que habían aceptado. Supongo y con razón desconsolada, reconocidamente desconsolada. Espero y confío. Los dientes siempre hablan más que la boca, sobre todo cuando el corazón callaba y se quedaba pobre por miedo a ser pobre. Mientras, confiaré en la ciencia lógica de las oportunidades.
La escalera para subir al escenario puede esperar toda su vida para subir al escenario. Muchos robos y asaltos son sin querer, además, siempre puede pasar cualquier cosa. Mi vida es su reflejo, cosas rosas pinchosas de un tiempo que no por pasado se me fue. El hijo habló.
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