Era tan alto que nadie pudo jamás verle la cara. Cantaba tan hermoso como nadie, porque era mudo. Su autenticidad siempre fue una copia de originalidad, una bazofia, un intento burdo de intentar no ser burdo. No faltaron quienes lo encontraron tan admirable como aborrecible. Creció la cuenta, la famosa fama, la lista de los más simpáticos casi amigos, la carne fría y en refrigerador desenchufado.
Cada vez y como por si fuera poco, se anudaba la corbata por dentro, estiraba sus pantalones arrugados, caminaba rápido y lleno de pliegues. Su espejismo se hizo agua. Era lo justo, pensaba. A veces había que llegar a la meta para darse cuenta de que no se había ganado nada, y parecía, otra vez parecía, que esta era una de esas veces.
No hubo tiempo para lástimas, justo para eso estaba ocupado. Juraba que con un bigote abundante se podía disfrutar dos veces la misma cazuela. Otro de sus tremendos casi. Un resfriado con pañuelo de género en el bolsillo es otra cosa. Pero insistió en lo práctico, el nombre perfecto, el rol, la casa, la cama. Su familia estaba orgullosa, ignorante, repartiendo las migajas con las uñas más crecidas que ayer.
Orgulloso, ni idea, para qué pensarlo siquiera. Para los demás él era un muerto, un funeral al que asistir en verano, con el nudo de la corbata hacia adentro y los pantalones arrugados.
Cada vez y como por si fuera poco, se anudaba la corbata por dentro, estiraba sus pantalones arrugados, caminaba rápido y lleno de pliegues. Su espejismo se hizo agua. Era lo justo, pensaba. A veces había que llegar a la meta para darse cuenta de que no se había ganado nada, y parecía, otra vez parecía, que esta era una de esas veces.
No hubo tiempo para lástimas, justo para eso estaba ocupado. Juraba que con un bigote abundante se podía disfrutar dos veces la misma cazuela. Otro de sus tremendos casi. Un resfriado con pañuelo de género en el bolsillo es otra cosa. Pero insistió en lo práctico, el nombre perfecto, el rol, la casa, la cama. Su familia estaba orgullosa, ignorante, repartiendo las migajas con las uñas más crecidas que ayer.
Orgulloso, ni idea, para qué pensarlo siquiera. Para los demás él era un muerto, un funeral al que asistir en verano, con el nudo de la corbata hacia adentro y los pantalones arrugados.
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