La orientación no fue propia pero los pasos sí lo fueron. No era novedad que el cielo y el infierno quedaban en el mismo pasaje y los atiendía el mismo portero. No había caso para seguir intentando prevenirlo. Había manos que no eran las suyas, que se hicieron barandas brillantes de bronce. Él se confundió, su pasaje no tenía su residencia y cayó escaleras abajo golpeando su cabeza con el extintor rojo. Alguien pasó y le dijo, Dios castiga. Él se vengó a puños cerrados. Sus manos sucias con el pulidor de bronce quedaron rojas y tiritando. Él perdió un diente, lo dejó bajo la almohada, vino un ratón y le dejó plata. Con eso pagó el tratamiento para el hanta. Eso sí. Fue un trato cerrado con un apretón de manos.
martes, 5 de enero de 2010
Las manos
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